“El autismo tiene cura: una experiencia personal y una prueba viviente”, publicado en el número 50 de una revista (enero 2011).
Autismo, TGD, Asperger, TDHA y otros trastornos relacionados, para nosotros, tan sólo son una etiqueta, es decir, mismo perro con distinto collar. Según cómo esté afectado el sistema inmune, neuronal y nervioso se pone la etiqueta; un ejemplo: hiperactividad, insomnio, falta de atención, dermatitis atópica… sería una prueba de que el sistema inmune y neuronal está fallando, después solamente hay que ir subiendo escalones, cuanto más afectado está el sistema más se notará en los sentidos cognitivos.
El 75% de los casos de autismo de hoy en día es un autismo que se hace y no con el que se nace. Bueno, esto es algo muy escueto porque cubriríamos miles de páginas hablando del tema. Esta es nuestra experiencia que compartimos con familias de otras partes del mundo y con una familia de la isla que desde hace poco más de un año sigue nuestros pasos y por lo tanto los mismos tipos de avances.
Para nosotros todos estos trastornos o etiquetajes se traducen en una parada en seco en el desarrollo del niño que por supuesto es biológica y no de carácter psiquiátrico, ni mucho menos, como muchos de estos “profesionales” se atreven a poner un nombre a cualquier problema que pueda presentar un niño/a, en unos aproximados 45 minutos y una entrevista con los padres, en la mayoría de los casos sin ni siquiera haber descartado las pruebas físicas y neuronales de rigor recomendadas, que en la mayor parte de las ocasiones no sirven de nada, perdiendo de esta manera un tiempo valiosísimo para estos niños, por la tardanza en realizarlas y la llegada de éstas a manos de sus padres, y que en un porcentaje elevadísimo de los casos salen perfectas.
Para estar seguros de un diagnóstico hay que ver al niño unas cuatro o cinco veces en días y horarios diferentes, después de una o dos consultas con los padres para verificar la información, ya que hay muchos padres que nunca terminan de ver que en su hijo hay un problema y que algo va mal y aún así nunca podemos estar seguros. Puede ser tanta la ceguera de algunos padres que pueden llegar a desterrar a su hijo de por vida al autismo.
Las neuronas se están creando en la edad infantil más o menos hasta los siete años, que es el momento en que puede haber una recuperación total; a partir de ese punto no es imposible, pero costará más. Lo que queremos decir es que no estamos hablando de una cura milagrosa, sino de un tratamiento y mucho trabajo y esfuerzo. Esta mejora no tiene nada que ver con las terapias conocidas para estos casos, un poco forzadas y encasilladas para que el niño se valga por sí solo para el día de mañana (cosa que no suele conseguirse) y sin aspirar a algo más.
Estamos hablando de que sean capaces de gozar de su infancia, que tengan anticipación, espontaneidad, amigos, imaginación, juego simbólico, trastadas, malas ideas, competitividad, desafíos, bueno, lo que viene a ser un niño en edad infantil. Este tratamiento va dirigido sobre todo a aquellos niños que fueron dañados por la incontrolada vacunación infantil, muchas veces seguido o acompañado del abuso de los antibióticos, dañando su flora intestinal o borrándola por completo, y cuyo sistema inmunológico no ha tenido tiempo de desarrollarse correctamente.
Se puede mejorar o recuperar mucho según lo afectado del sistema y la rapidez con la que se empiece el tratamiento. Con esto han mejorado hasta los más afectados por un autismo genético (aunque todavía nadie haya presentado pruebas del gen que causa el autismo).
Daniela, a partir de enero, tuvo asignado un auxiliar educativo. Lo que se consigue con esta medida es acomodar a la niña a que una persona esté disponible para ella en todo momento y que su profesora delegue en esta persona las responsabilidades que tiene con esta alumna y centre su atención en el resto de los alumnos. Casualmente este auxiliar estaba preparado y había trabajado con este tipo de trastornos y su impresión para con Daniela fue, y cito: “tiene cualquier cosa menos autismo”.
A raíz de la llegada del auxiliar, empezamos a notar que a la niña se le permiten ciertas cosas inapropiadas, como salirse de la fila sin ningún tipo de llamada de atención por parte de su profesora. Pierde este hábito y empieza a bajar y subir en fila de la mano del auxiliar. Hasta que nosotros, sus padres, hacemos una llamada de atención sobre este retroceso innecesario, y así, lo más significativo que se apreciaba desde fuera empezó a decaer, junto con otros logros.
El curso escolar fue una pérdida de tiempo para la niña por factores ajenos a los problemas que le habían asociado, y que en su mayoría no existían o eran exagerados, con el objetivo final de cambiarle la modalidad de escolarización.
Daniela fue colocada en un “aula en clave”, con niños de edades diferentes. La profesora de dicha aula, tras una semana de observarla, preguntó: “¿Qué hace esta niña en esta aula?” A pesar de haber leído los informes del centro, no encontraba relación entre lo que decían los papeles y lo que veía en Daniela. Además, señalaba que había otros niños en el aula que sí deberían estar en un centro específico, lo que evidenciaba una gran disparidad entre los alumnos.
La misma profesora luchó para que Daniela fuera integrada en un aula ordinaria. Sólo logró 15 minutos de integración, dos meses antes de acabar el curso. En la última reunión, la orientadora alegó que no podía integrarse más tiempo porque “habla mucho y echa abajo el funcionamiento del aula”. A pesar de que era nueva en la clase y, por fin, podía comunicarse con sus iguales, era vista como una molestia.
Durante este tiempo, los padres encontraron a Vicente Saavedra, quien sugirió pruebas intestinales y diagnosticó candidiasis intestinal. Comenzaron tratamiento antifúngico y observaron avances significativos.
La familia decidió no escolarizar a Daniela en el nuevo curso, ya que la administración no ofrecía soluciones ni alternativas. La niña fue evaluada con herramientas como CARS, ADOS, pruebas de CI, etc., y los informes privados que mostraban una mejora significativa no fueron aceptados por la Consejería de Educación.
En casa, Daniela comenzó a trabajar con los libros de Infantil de 5 años. Aprendió a leer y escribir su nombre, a comunicar intenciones y estados. Tenía amigos, hacía actividades normales de su edad como montar en bici, saltar, disfrazarse, pescar, nadar, dibujar, cuidar de otros, expresarse emocionalmente… y lo más importante: decía “te quiero” y abrazaba espontáneamente.
Los padres concluyen:
“Gracias a Dios, a los tratamientos naturales y contra la cándida, a la buena alimentación y a un trabajo constante y agotador, nuestra hija ya no tiene autismo y lo digo con la boca bien llena y además tengo papeles que lo ponen, porque sé de lo que hablo.”
Critican duramente al sistema educativo, la falta de preparación de algunos profesionales y los efectos de las vacunas, antibióticos y la alimentación moderna. Hacen un llamado a reevaluar a quienes evalúan, y advierten que si el sistema no cambia, habrá más aulas especiales que ordinarias.