El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), a pesar de su alta heredabilidad, plantea crecientes preocupaciones sobre las influencias ambientales en su etiología. Estas preocupaciones se han intensificado debido a la creciente evidencia de que factores ambientales, como la exposición a toxinas industriales, pesticidas, metales pesados y contaminantes orgánicos, interactúan con predisposiciones genéticas, modulando la expresión genética y contribuyendo al desarrollo de la psicopatología. El plomo, un modelo tóxico ampliamente estudiado, resalta cómo incluso niveles bajos de exposición durante la infancia pueden asociarse con déficits cognitivos y conductuales, incluyendo el TDAH.

Las estrategias de prevención abarcan dos enfoques principales: reducir las exposiciones nocivas bajo el control de los padres, como el consumo prenatal de tabaco y alcohol, y minimizar la exposición a agentes ambientales generalizados que escapan al control parental, como los contaminantes industriales. La implementación de políticas precautorias podría ser clave para mitigar el impacto de estos factores en la salud infantil, liberando recursos para investigar tratamientos más efectivos y abordar los factores genéticos restantes. Este marco subraya la necesidad urgente de regular los riesgos ambientales que contribuyen a desórdenes neuropsiquiátricos como el TDAH, promoviendo un entorno más seguro y equitativo para el desarrollo infantil.

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